lunes, 29 abril

Mi abuela se llama Rosario y tiene 89 años, es una persona sencilla de un pueblo de Sevilla, Carmona. Hace algunos años le dio un infarto cerebral y no puede hablar bien; además, por su edad, está debilitada en todos los aspectos para poder hacer una vida normal. Vive en un pequeño piso en la humilde barriada sevillana de los Pajaritos, uno de los barrios más pobres de España, en un tercero y sin ascensor, por ello no baja a la calle.
Mi abuela no terminó el colegio: con apenas 12 años ya trabajaba fuera de su pueblo, en la casa de unos señores. Su formación teológica es “doctora por la universidad de la vida”, y con especialidad en “AMAR”. Esto parece que suene a cachondeo, pero es verdad y ahora diré por qué. Mi abuelita no sabe de filosofar, no conoce que es el neoplatonismo, no sabe para que sirve un teologúmeno, ni oyó nunca hablar de lo veterotestamentario, y posiblemente no leyó nunca más de medio libro, en general, no digamos ya de teología.
Mi abuela no entiende que es lo pneumatológico, y ni siquiera sabe que exista un libro compendio del magisterio que se llama Denzinger. Pero pese a todo esto, mi abuela es la mejor profesora de teología; sí, sus clases son al estilo antiguo, como esas de Sócrates o de Jesús, o sea, “al pie del cañón”, en las calles y en las casas, en los caminos y siempre en movimiento; no sabe de aulas ni de horarios, sólo sabe de dar, de motivar y por supuesto de animar, y, cómo no, siempre tiene tiempo para escuchar tus inquietudes.
Hoy día todo va demasiado deprisa, el mundo avanza rápidamente, nadie quiere hacer un alto en el camino de la vida y pararse a aprender, a escuchar a tantas personas mayores, a nuestros “ABUELOS” en la fe, en la vida.


Cuando yo tenía cinco años mi madre murió, y mi padre hacia años que nos había abandonado, así que mis abuelos maternos nos cuidaron a mí y a mi hermana; mi abuelo murió también hace algunos años. Mi abuela me enseñó algo que me ha acompañado toda mi vida y donde se fundamenta mi vocación sacerdotal, de lo que se valió el Señor para buscarme, y no es otra cosa sino la “POBREZA”, sí, es algo paradójico, ¿verdad?, pero es así. Me enseñó mi abuelita a aceptar con agrado el vivir en condiciones humildes, en una sola habitación y sin agua caliente, en un corral de vecinos, y además a darle de mi pan a los que llamaban a la puerta. Ella me decía: “Mira hijo, la Virgen le hizo a Jesús una túnica sin bolsillos, para que fuera por la vida sin quitar nada a nadie, solo para darse a los demás”, y me decía que era esta la actitud que debía tener, darme y no quejarme.
Hoy estoy a punto de terminar mi formación y a concluir mis estudios en el Centro de Estudios Teológicos, pero tengo que ser sincero y decir que mi abuelita me dio lo principal, y es la humildad, el vivir con lo puesto y amar mucho a Jesús y a su Iglesia, y, cómo no, a los pobres y enfermos; ella le abrió su puerta incluso a un fugado de la antigua cárcel de Ranilla, en Nervión, y le dio a beber agua antes de que continuara su huida, yo lo viví: ¡cuánto amor al hermano!


Creo que mi vocación, nuestra vocación de cristianos, tiene mucho que aprender de la teología de nuestros mayores; hermanos: menos discursos, menos palabras vacías y menos horas de tanta mediocridad, perdón si ofendo a alguien, y más rezar: Mi abuela rezaba el rosario, el evangelio de los pobres, y la hizo una buena cristiana; creo este es el camino que he de seguir, el de la ORACIÓN-ACCIÓN pero con AMOR.
La gente de nuestros barrios y pueblos necesita de la teología de mi abuela más que de la de un doctor en…, al menos así lo creo yo. Necesita a JESÚS VIVO y no vacío, amar en pobreza y no en solerías de mármol. Los jóvenes necesitan ver vivir la pasión por Jesús en otros jóvenes y así sentirán las vocaciones tan necesarias. Ánimo hermanos: estas ideas son fruto de inquietud y pasión, no de quejas y de reivindicaciones. Ánimo, sed valientes.


GRACIAS abuelita, mi Rosarito, por tu teología, por tu humildad, por darme la fe en Cristo mi Señor, por enseñarme a verlo en mis hermanos y por alegrarte de mi vocación.

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